EL DESAFÍO DE AYUDAR A CRECER

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Por el Pbro. Alejandro Raviolo

  1. Es conocida por todos la escena de la Pasión de Nuestro Señor en la que es llevado como un paquete-encomienda de Anás a Caifás, luego a Herodes a Pilato, para finalmente someterlo al referendum popular y -lavado de manos incluido por parte del Procurador romano- finalmente es entregado para ser crucificado. Análoga situación viven quienes se encuentran en las puntas de la vida: niños, jóvenes y viejos. En un contexto cultural en el que ser viejo es estar afuera y los niños se vuelven artículos de mercadeo -deseables o indeseables- y queremos ser eternamente jóvenes las cosas están dadas para recrear una vez más el escenario de la pasión.

Lo peor del caso es que por más que por decreto o ley pretendamos cambiar la realidad, ésta se nos impone y de la manera más dura. Los niños siguen siendo engendrados, nacen y crecen, los adultos envejecemos, enfermamos y morimos mientras el resto de la vida ¿útil? sigue viviendo su ilusión garantizada convenientemente por campañas publicitarias que prometen la felicidad a creer o reventar. Y claro, como la realidad sigue su curso y hace oír su voz, se han inventado también convenientes laberintos jurídicos y legales -de sospechosa moralidad- que nos mantienen burocrática y prolijamente ocupados.

  1. La familia y la escuela se ven también afectadas por este contexto cultural. Lo que se ve -sin entrar en tanto análisis- es que, en creciente número de casos, los padres y los docentes estamos como corridos de nuestro rol de adultos y responsables de los niños y jóvenes y así se los deja sin norte, sin techo, sin afecto, sin límite -lo que en otras palabras expresaba el diagnóstico pastoral al hablar de “huérfanos de padres vivos” Y desde luego que ese rol no queda vacío. Rápidamente se ocupa y no precisamente por quienes quieren el bien sino por quienes ven en eso una oportunidad para provecho propio.
  2. El camino fácil y expeditivo que se suele seguir es la parcialización simplificadora: “la culpa es de…..” “tendrían que….” Y no alcanzo a observar una política de Estado o un acuerdo social que tienda a arrimar las partes y ponerlas juntas a hacerse cargo de la situación sino más bien que se trabaja e invierte tiempo y dinero en podar ramas antes que ir a la raíz. Claro que ir al fondo del asunto es más trabajoso y con costos políticos, institucionales, familiares y personales altos. Pero lo que en el mundo financiero se arregla con créditos -solvencia mediante- en lo humano es un desastre. No le podemos decir a los niños y ancianos de hoy: “la próxima generación va a estar mejor”. Eso es un insulto.
  3. El camino más humano, el camino más seguro. Cuando a Jesús le “tiraron” el problema de la mujer pecadora sorprendida en flagrancia, ante la afirmación y pregunta “Moisés nos mandó apedrear esta clase de mujeres, ¿y tú qué dices?”(Jn 7), podría haber optado por darles la razón y comenzar la pedrea -y así ganarse la popularidad frente a la chusma rigorista y anti imperial, o bien podría haber dicho que no la maten y se hubiera ganado aplausos de los excluidos religiosos, haciéndose un revolucionario contra la Ley Mosaica. Nada de eso hizo. Tomó el camino más humano, el más complejo. Se tiró hacia donde le patearon el penal. Respetó la Ley Mosaica y ubicó también las leyes imperiales. Puso el planteo en donde corresponde: el corazón del hombre, desnudo frente a Dios. “El que no tenga pecados que tire la primera piedra” Y luego con la mujer “¿Alguien te ha condenado? Yo tampoco te condeno, vete y no peques más en adelante.” Y todos volvieron con bastante trabajo que hacer. Los acusadores a pensar en sus propias miserias, la acusada a plantear su vida afectiva de otra manera. Y el mismo Jesús se sumaba otro motivo para ser condenado injustamente. Fue el precio que pagó. El camino más humano, por más duro que nos parezca, es el único. Abrazar la humanidad en su complejidad y riqueza es lo mejor que nos puede pasar. En este sentido de nada sirven las excusas. Asumiendo con convicción y entrega el lugar que nos corresponde en bien de todos, es el camino para que haya menos niños y jóvenes sin horizontes claros y esperanzas luminosas que los orienten en su vida. Y no tenemos que tener miedo a vivir el sentido común, aunque aparezca como desdibujado por diversas ideologías que no resisten el más mínimo análisis.
  4. El costo de ser adultos y padres. La cultura de lo gratis coopera poco en esto y mucho menos la cultura de la libertad sin responsabilidad. Sin entender el rol de padres-docentes e hijos como antagónicos tenemos que pensarlos como diversos y asimétricos. Vivir nuestra libertad es apasionante y exigente. Ayudar a que otro crezca para poder asumir la suya es un desafío enorme. Es un arte, necesita mucho amor para poder acompañar sin caminar el camino por el otro, para servir en la autoridad sin ser autoritario, para corregir soportando el desagrado que esto provoca en el otro y para ser corregido también, porque nuestros hijos/alumnos también nos enseñan y corrigen. La escuela tiene que hacer escuela con padres y docentes. Tenemos un ámbito privilegiado que goza de gran  prestigio social (todavía), y que puede brindar el espacio para facilitar este encuentro. Y por sobre todo, los niños y jóvenes lo necesitan y lo merecen.